¿En que creen los que no creen? parece ser en el fondo una amigable charla, en la que -en clave “¡miren lo que se nos acaba de ocurrir!”- se revisitan las discusiones ya clásicas entre los filósofos de la posmodernidad y quienes siguen el camino iniciado por Habermas.
Es así que en el primer par de epístolas se pone en cuestión el fin de la historia quizás porque ni para Eco ni para Martini parece ser posible que la humanidad sea capaz de existir en un mundo en el que la creencia en una historia unitaria y dirigida hacia un fin sea abolida. Y como las cuestiones del fin de la historia y el fin de la ética se dan la mano, luego de un par de epístolas en las que se tratan -o parecen tratarse- otros temas, finalmente quedará bien claro qué y quienes son los que debaten: Eco y Martini por un lado, y Emanuele Severino por el otro.
Para su primer número -marzo de 1995-, la revista italiana Liberal ideó un singular debate: propuso a Umberto Eco y al Obispo de Milán, Carlo María Martini que, mediante un diálogo epistolar, intentaran hallar un terreno de discusión común entre laicos y católicos. Fue así que, con una frecuencia trimestral, Eco y Martini intercambiaron ocho cartas que hallaron dicho terreno en la discusión de la ética en el fin del milenio. El interés despertado en los lectores y la prensa hicieron aconsejable ampliar el debate a otros interlocutores. Es así que en el número 12 de la revista se le da la palabra a dos filósofos (Emanuele Severino y Manlio Sgalambro), a dos periodistas (Eugenio Scalfari e Indro Montanelli) y dos políticos (Vittorio Foa y Claudio Martelli)
Hoy día quedan pocos temas sobre los que todavía parece válido filosofar. Puesto en el brete de plantear un terreno de discusión común entre laicos y católicos nada menos que al Obispo Martini, Eco elige el terreno de la ética, porque según sus palabras, “es de esos problemas de los que debería ocuparse cualquier clase de diálogo que pretenda hallar algunos puntos comunes entre el mundo católico y el laico”.
Para tal fin lo que hace Eco en esta primera epístola es poner en escena la ya antigua discusión del fin de la historia. Pero no es cualquier puesta en escena, pues la va a plantear de la siguiente manera: nos acercamos al fin del milenio; la cercanía de esa fecha nos lleva a evocar el Apocalipsis; estamos viviendo desastres naturales que bien podrían identificarse con los terrores del final de los tiempos; vivimos estos terrores con el espíritu “bebamos, comamos, mañana moriremos” al celebrar el crepúsculo de las ideologías y de la solidaridad en el torbellino de un consumismo irresponsable, ergo, el fin de la historia es un milenarismo desesperado.
Eco nos recuerda que fue el cristianismo el que inventó la historia y que sólo si se cuenta con un sentido de la dirección de la misma “se pueden amar las realidades terrenas y creer -con caridad- que exista todavía lugar para la Esperanza”. La pregunta que se hace Eco -y que le hace a Martini- es si existe una noción de esperanza que sea común a creyentes y no creyentes y en qué se basa la misma. La respuesta del Obispo parece innecesario citarla.
Hoy día quedan pocos temas sobre los que todavía parece válido filosofar. Puesto en el brete de plantear un terreno de discusión común entre laicos y católicos nada menos que al Obispo Martini, Eco elige el terreno de la ética, porque según sus palabras, “es de esos problemas de los que debería ocuparse cualquier clase de diálogo que pretenda hallar algunos puntos comunes entre el mundo católico y el laico”.
Para tal fin lo que hace Eco en esta primera epístola es poner en escena la ya antigua discusión del fin de la historia. Pero no es cualquier puesta en escena, pues la va a plantear de la siguiente manera: nos acercamos al fin del milenio; la cercanía de esa fecha nos lleva a evocar el Apocalipsis; estamos viviendo desastres naturales que bien podrían identificarse con los terrores del final de los tiempos; vivimos estos terrores con el espíritu “bebamos, comamos, mañana moriremos” al celebrar el crepúsculo de las ideologías y de la solidaridad en el torbellino de un consumismo irresponsable, ergo, el fin de la historia es un milenarismo desesperado.
Eco nos recuerda que fue el cristianismo el que inventó la historia y que sólo si se cuenta con un sentido de la dirección de la misma “se pueden amar las realidades terrenas y creer -con caridad- que exista todavía lugar para la Esperanza”. La pregunta que se hace Eco -y que le hace a Martini- es si existe una noción de esperanza que sea común a creyentes y no creyentes y en qué se basa la misma. La respuesta del Obispo parece innecesario citarla.
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1 comentarios:
Muchas gracias por el aporte! Saludos
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