La Historia es una ciencia que, para merecer ese calificativo, tiene la obligación de ser exacta, de reposar sobre documentos y sobre su confrontación, sobre severos controles cronológicos y sobre datos que puedan probarse.
A menudo la leyenda no es otra cosa que su deformación, ampliada por amor a lo maravilloso, y alimentada a veces expresamente, en provecho de intereses de lo más materiales.
Así pues, la Historia es para los adultos, y la Leyenda para aquellos que todavía no lo son, o lo son de forma incompleta. Fue por eso por lo que el académico Marcel Pagnol pudo decir en su estudio definitivo sobreLe Masque de Fer: «El primer deber del historiador consiste en restablecer la verdad destruyendo la Leyenda. Sin él, la historia de los pueblos no sería más que un extenso poema, donde los hechos, engrandecidos y dramatizados por la imaginación de las multitudes, enormemente embellecidos o inventados por los aduladores de los reyes, brillarían, en color de oro y de sangre, en medio de una luminosa bruma».
En estas páginas a veces se encontrarán citas de documentos repetidas. Estas nos han parecido indispensables, ya que cada uno de los capítulos de esta obra constituye un todo, y el mismo argumento puede verse requerido como testimonio en diferentes circunstancias y con diferentes fines. Y ese argumento puede haberlo olvidado el lector...
Como decíamos en nuestra obra Jesús o el secreto mortal de los templarios1, un verdadero lavado de cerebro dogmático ha impregnado, por las buenas o por las malas, durante más de quince siglos, la psique hereditaria del hombre occidental, y a menudo, sin que él se diera cuenta, lo ha hecho más o menos refractario a la crítica, o incluso a la lógica más evidente. Contra esa verdadera tortura intelectual, que todavía sigue vigente en nuestra época, el historiador deseoso de servir a la verdad se ve obligado a utilizar los mismos argumentos
Y se excusa de antemano por ello, aunque, como decía también Marcel Pagnol: «Esas repeticiones no son elegantes, pero este libro no es una obra literaria. No es sino la instrucción de un caso criminal en la cual la precisión y la oportunidad de una observación tienen a menudo mucha más importancia que la pureza del estilo».
¿Qué añadir a estas palabras?
A menudo la leyenda no es otra cosa que su deformación, ampliada por amor a lo maravilloso, y alimentada a veces expresamente, en provecho de intereses de lo más materiales.
Así pues, la Historia es para los adultos, y la Leyenda para aquellos que todavía no lo son, o lo son de forma incompleta. Fue por eso por lo que el académico Marcel Pagnol pudo decir en su estudio definitivo sobreLe Masque de Fer: «El primer deber del historiador consiste en restablecer la verdad destruyendo la Leyenda. Sin él, la historia de los pueblos no sería más que un extenso poema, donde los hechos, engrandecidos y dramatizados por la imaginación de las multitudes, enormemente embellecidos o inventados por los aduladores de los reyes, brillarían, en color de oro y de sangre, en medio de una luminosa bruma».
En estas páginas a veces se encontrarán citas de documentos repetidas. Estas nos han parecido indispensables, ya que cada uno de los capítulos de esta obra constituye un todo, y el mismo argumento puede verse requerido como testimonio en diferentes circunstancias y con diferentes fines. Y ese argumento puede haberlo olvidado el lector...
Como decíamos en nuestra obra Jesús o el secreto mortal de los templarios1, un verdadero lavado de cerebro dogmático ha impregnado, por las buenas o por las malas, durante más de quince siglos, la psique hereditaria del hombre occidental, y a menudo, sin que él se diera cuenta, lo ha hecho más o menos refractario a la crítica, o incluso a la lógica más evidente. Contra esa verdadera tortura intelectual, que todavía sigue vigente en nuestra época, el historiador deseoso de servir a la verdad se ve obligado a utilizar los mismos argumentos
Y se excusa de antemano por ello, aunque, como decía también Marcel Pagnol: «Esas repeticiones no son elegantes, pero este libro no es una obra literaria. No es sino la instrucción de un caso criminal en la cual la precisión y la oportunidad de una observación tienen a menudo mucha más importancia que la pureza del estilo».
¿Qué añadir a estas palabras?
Robert Ambelain
Junio de 1970
Junio de 1970
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2 comentarios:
Gracias por el libro :) Está interesante
Gracias por el libro ,estoy profundamente agradecido.
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